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La resistencia cuir en la comunidad embera katío: arte y organización política

Por Alex(a) Galván

Sumario: Mujeres trans y hombres gays embera katío del Alto Sinú, en Colombia, sufren de forma doble la violencia patriarcal: la de grupos armados criminales y la de su propia comunidad. Desde la permanencia en calabozos hasta “terapias” espirituales para revertir la homosexualidad, las formas de coacción son variadas y justificadas por saberes ancestrales. Pero las prácticas de resistencia también son poderosas y el arte un camino para la identidad y la organización.

Son las 10: 00 am en el municipio de Tierralta, Colombia, y el sol atrapa con vehemencia todo el paisaje andino-caribeño. Leo se baja de una mototaxi, y antes de cruzar la calle mira para ambos lados. Las esquinas del pueblo están atiborradas de campesinos e indígenas embera katíos, quienes hacen filas para recibir atención en las oficinas del Estado. Leo lleva una camiseta blanca con un arcoíris estampado, camina erguido, dando pasos cortos, contundentes. En los rostros de los transeúntes aparece la figura de la burla y la extrañeza. Dos hombres pasan en una moto y gritan “marica”, luego, se alejan riéndose. Leo, quien se nombra frente al mundo como un hombre gay indígena, perteneciente a la etnia embera katío del Alto Sinú, se dirige a su oficina, en el centro del municipio, desde la cual coordina el colectivo indígena lgbt Ojurubi. Allí lo esperan otros chicos gays emberas para entregarle varios metros de telas coloridas, los cuales regalará a su madre cuando viaje a su casa en Amborromia, una comunidad indígena ubicada al lado del río Sinú.

Ojurubi, que en lengua embera significa “abrir caminos”, es un colectivo LGBT en Tierralta, integrado en su mayoría por indígenas emberas katíos (principalmente hombres gays, mujeres trans y lesbianas), quienes se enfrentan diariamente a la violencia racista y patriarcal por existir/habitar diariamente una corporalidad disidente. Si bien Ojurubi nace bajo la urgencia de construir un lugar seguro para lxs emberas katíos lgbt y realizar pedagogías en derechos humanos, el escenario cotidiano de la violencia homotransfóbica sigue estando presente en el municipio de Tierralta.

Este municipio, ubicado en el departamento de Córdoba –región Caribe-, ha sido históricamente epicentro del conflicto armado colombiano y de intensas luchas agrarias debido a la profunda desigualdad en el acceso a la tierra. Grupos de guerrilla, paramilitares y bandas criminales han afectado principalmente a la población civil mediante desplazamientos forzados, asesinatos selectivos, masacres, despojo de tierras, instalación de minas antipersonas, y más recientemente, la práctica del confinamiento. A esto se suman los conflictos socio ambientales generados por la hidroeléctrica Urrá, quien afectó el río Sinú, junto a las comunidades indígenas y campesinas.

Dentro de este contexto convulso de extractivismos, conflicto armado, crimen organizado y narcotráfico, ser marica e indígena se convierte en una cuestión de sobrevivencia. La vulnerabilidad que atraviesa y constituye a todos los cuerpos, aumenta desproporcionalmente para personas como Leo, quien tiene que hacerle frente a la violencia patriarcal y racista de los capunias (personas libres o no indígenas), los actores armados que hacen presencia en su territorio y a la tradición indígena de su comunidad, la cual se sostiene en una intrincada estructura patriarcal. Pero en esta historia los humanos no son los únicos protagonistas, también el río junto a otros elementos del paisaje, comparten la experiencia del dolor y resistencia con las comunidades indígenas embera katío.

Las memorias maricas emberas comienzan en Do

Paisaje del Alto Sinú. Foto: Entre Ríos Museo

Do en embera significa agua de río. Esta sustancia vital es uno de los elementos principales en el paisaje del Alto Sinú, además de la selva húmedo tropical y la montaña. El territorio embera katío del Alto Sinú se emplaza sobre una geografía acuosa, en la cual también se encuentra el Parque Natural Nudo del Paramillo, un importante escenario biodiverso y una de las principales estrellas fluviales de Colombia. En el Paramillo nace uno de los protagonistas de esta historia, el río Sinú, el cual según un mito embera surgió del derrumbamiento del árbol sagrado Jenené. El río Sinú (Keradó en lengua embera), nació específicamente del tronco de este árbol mítico; su recorrido va de sur a norte, atravesando montañas, llanuras inundables, colinas y valles, hasta desembocar en el mar Caribe. Históricamente el territorio embera se ha venido fragmentado a causa de los procesos de colonización, las hostilidades del conflicto armado, el narcotráfico y el extractivismo. El agua es de las pocas cosas que cohesionan no solo el territorio, sino que también anuda el pasado, con el presente y el futuro. Leo nació y creció en Amborromia, las memorias de su infancia están hidratadas por las aguas doradas del Sinú:

Mi infancia siempre fue en el río, pues me gustaba en el río jugar con mis compañeros, con mis primos, también con mis hermanitos. Yo creo que a los embera les gusta vivir en la orilla del río porque ellos siempre están jugando. La infancia de los niños siempre está en la orilla del río, jugando, haciendo muñequitos de barro, entonces así crecí yo.

Este río impregnado de peces, plantas y espíritus posibilita la vida en el territorio, ofreciendo alimentos, facilitando la navegación y brindando juguetes a los niños. La vida cotidiana que transcurre allí es anfibia porque siempre hay un tránsito permanente entre la tierra y el agua, lo seco y lo mojado, lo firme y lo blando, lo plano y lo profundo. El agua extiende sus tentáculos sobre la realidad, la imaginación y los sueños. Sin embargo, esta cotidianidad se ha visto afectada desde que se construyó la hidroeléctrica Urrá, se comenzó a sembrar masivamente coca y minas antipersonas. En la memoria de Leo todavía flota el recuerdo de cuando vio por primera vez cómo construían el muro que “atraparía” el río, partiéndolo en dos partes. Él solía bajar en balsas con su familia hasta Tierralta, pero desde que se construyó el embalse el paisaje se transformó y con ello también la conectividad fluvial y la alimentación. Esto último debido a que se interrumpió el ciclo biológico de peces como el bocachico, una de las bases alimenticias de los pueblos riberanos.

Pero el agua también ha jugado un papel clave en la exploración de las identidades de género y el deseo en las maricas emberas. Cuando Leo bajaba con su familia a Tierralta y pasaban por un cacharro donde vendían juguetes no quería balones, ni soldados o carros, quería una muñeca. Pero su madre se negaba a comprarle juguetes que sólo podían usar las niñas. Por eso, apenas podía, buscaba la orilla y con el barro del río construía sus juguetes: “las muñequitas de barro las hacíamos imitando a las barbies que veíamos en Tierralta”. Cuando Leo terminaba de jugar escondía las muñecas debajo de la canoa porque si las llevaba a casa recibía un estremecedor regaño de su madre, quien siempre le reprendía por tener gustos distintos a los demás niños.

Leo se enamoró por primera vez de otro hombre dentro de la selva. “Desde los 8 años yo sentía atracción hacia los chicos. Entonces cuando lo vi, ese chico para mí fue el príncipe de mi vida”. El joven procedente de Zambudó, otra comunidad embera, había llegado hasta Amborromia por problemas de seguridad en la zona. Las guardias indígenas y las comunidades estaban intentando sobrevivir a las hostilidades de los grupos paramilitares, la guerrilla de las Farc y la fuerza armada pública. A pesar de las normas ancestrales que prohibían el amor y los placeres entre cuerpos del mismo sexo, Leo empleó diversas estrategias amatorias para llegar hasta la orilla del hombre que deseaba. El paisaje posibilitó el florecimiento de una erótica gay. Entre los fuegos cruzados de la guerra y el machismo de la cultura indígena, la escena de dos adolescentes amándose es un acto de resistencia.

El río y la selva fueron cómplices en muchos sentidos porque nosotros siempre esperábamos para escaparnos. En Amborromia hay muchos palos de mangos que son muy antiguos. Entonces, pues son muy gruesos, las raíces son muy gruesas y esa era la oportunidad. Entonces cuando la gente se reunía con los mayores o los sabedores, nosotros nos escapamos detrás de los palos de mango, siempre buscábamos para esa parte y nos quedábamos ahí. Siempre me escapaba para el río. Yo le decía a mi mamá en la tardecita: mami, yo tengo dolor de estómago. Me quiero ir al río. Entonces mi mamá me daba permiso. Bueno, yo iba, pero era para encontrarme con el chico en el río y a veces pues yo le decía voy a ir a pescar y no iba a pescar sino a verlo a él.

Al igual que Leo, Dokera Bailarín, una joven trans embera katío inició sus procesos de exploración/afirmación de identidad de género y orientación sexual en el marco de la biodiversidad del Parque Natural Nudo del Paramillo. Leo se refiere a Dokera como “la madre”, pues ella se ha ganado ese título por ser la primera mujer trans embera katío visible del Alto Sinú. Dokera en lengua embera significa: “el agua y el aroma de las flores”. Ella misma construyó su nombre con ayuda de los conocimientos de su abuela. Explica que quiso resaltar en el acto de renombrarse, la delicadeza femenina y los olores de la naturaleza del Alto Sinú. Dokera nació en el resguardo Cuti, de Unguia, Chocó, pero por la intensidad de la violencia del conflicto armado tuvo que desplazarse hacia la comunidad de Nejondó, en el municipio de Tierralta.

En Nejondó crecí con mi familia. Jugaba mucho al modelaje, inventábamos ropa con las sabanas y parumas de mi mamá. Armábamos una pista con tablas y ahí jugábamos a los reinados. Era muy extraño porque no veíamos eso por televisión, vivíamos en el monte.

A Dokera los juegos le ayudaron a explorar y reafirmar su identidad de género, a descubrirse como una mujer, a explorar otras posibilidades identitarias, corporales y estéticas más allá de las que les brindaba el binarismo de su comunidad ancestral. Cada vez que su madre la encontraba divirtiéndose le decía “los hombres no juegan a la casita”. Sin embargo, ella persistía en construir dentro de su hogar, una casa donde ella pudiera ejercer los roles femeninos. “Construíamos las casitas con sábanas y mesas de madera que hacía mi abuelo. Allí me imaginaba que era una reina, la reina Cleopatra”, dice entre risas mientras dibuja un río sin peces. Además, disfrutaba arreglarle las muñecas a su hermana. Las mujeres embera fabrican muñecas de trapo con pedazos de tela que obtienen de las parumas.

Tambo embera: Foto: Entre Ríos Museo

La otra parte de su infancia transcurrió en Kapupudó, otra comunidad indígena localizada al lado del río Sinú. Día tras día iba descubriéndose como mujer, mientras que los ojos de la familia y las autoridades ancestrales intensificaban el control y la vigilancia de su cuerpo. A los 12 años le quedó claro que sólo le gustaban los hombres, pero amar y gozar desde la libertad sexual tiene un costo altísimo en contextos donde los derechos humanos no son más que un relato abstracto, y donde la presencia del Estado de Derecho se anula ante la gobernanza criminal. Dokera hizo de su rostro un territorio de resistencia, llenándolo de colores para resaltar la belleza de una mujer indígena. Pero ¿cómo construir una feminidad en medio de la selva, si no hay tiendas de maquillaje ni salones de belleza? A través de la imaginación apeló a la naturaleza del Paramillo, agenciándola como una bio-tecnología generalizante.

Cuando tenía 13 yo esperaba que mi mamá cocinara en leña para que el caldero quedara negrito y de ahí cogía para pintarme las cejas y los ojos. Los labios me los pintaba con la planta de achiote, me los ponía bien rojo. Cuando llegaba mi familia tenía que quitármelo o sino me pegaban.

Entre tanto, Dokera narra cómo obtuvo sus primeros maquillajes, esboza el cuerpo de una embera, se dibuja a sí misma. De la mitad para abajo el cuerpo de la mujer se transforma en el río Sinú, rodeado de campos fértiles habitados por campesinos e indígenas. En la parte alta del tronco la mujer se encuentra encadenada, con los brazos atados. Sus ojos están llenos de lágrimas. Dokera llora mientras se dibuja llorando. En el dibujo la mujer tiene entre el cuello y el pecho un trapiche (Ewadaura yô), figura del kipara que utilizan las mujeres cis durante la menarquia para participar del rito de iniciación femenina “jemené”, una danza tradicional de la cultura embera.

Nosotras no tenemos tantos derechos como un hombre y ahora más nosotras como población lgbti. Siento que estamos atados como al no trabajo digno, nos marginan, la esperanza la vemos en la naturaleza y en el agua”.

Los árboles, el río y la montaña no son meros adornos del paisaje, éstos tienen una agencia vital y política que se conecta con lxs emberas a partir de un trabajo mutuo y colaborativo. En el nudo del Paramillo, la relación entre humano y naturaleza es más compleja de lo que parece, aun cuando el pensamiento moderno imponga sus lógicas de binarismos y jerarquías. En esta espacialidad, para algunxs la construcción del género y el deseo es posible gracias a un trabajo multiespecie, que va de la complicidad a la cooperación entre humanos y no humanos. Así, las maricas emberas como Leo o Lucy no ignoran el papel vital de la naturaleza, sino que le dan protagonismo en sus procesos identitarios, corporales y afectivos. Claramente, esta relacionalidad está conectada con las lógicas de la vida, contrario a la extracción criminal de madera que han venido desarrollando los grupos armados criminales que operan en la zona, como lo mostró una reciente investigación periodística. Frente a la destrucción del bosque y la selva húmedo tropical, el despliegue de una erótica frutal amaderada entre árboles de mango, caimito, limón, naranja, mandarina, zapote, borojó, achiote, ceiba tolua, cedro, abarco, carbonero, es también un acto de resistencia que pone en fuga las economías criminales y el orden hetero-patriarcal.

Paradójicamente, la misma naturaleza o madre tierra (papa enjua en lengua embera) a la cual apelan las autoridades ancestrales para imponer la división natural/divina de los sexos, la hetero-cisnormatividad y el modelo tradicional de familia, es la misma naturaleza que posibilita poner en fuga todas estas estructuras sociales totalizantes. El río lava entonces las marcas del sistema sexo-género inscritas de manera violenta por instituciones como la familia o las autoridades ancestrales. El río hidrata la carne seca del corazón y posibilita que el deseo florezca como una orquídea en la rama de un abarco. La selva húmeda tropical engrosa sus paredes, haciendo de su centro un refugio seguro para que dos hombres se amen. De las ramas de una bixa orellana brotan los frutos con semillas que explotan de carotenoides para enrojecer los labios de una vida que sueña con un devenir niña/mujer.

Terapias de conversión para matar el placer

La figura del closet o armario presenta, entre otras cosas, una lógica territorial. No es lo mismo habitar y salir de un closet en un espacio campesino, un resguardo indígena, un palenque negro o en un barrio de clase media de la ciudad de Bogotá. Más allá de lo evidente del afuera y el adentro, existen también muchas formas de estar dentro y fuera. En el Nudo del Paramillo el closet se convierte en un marco geográfico generalizado pero localizable: lugares como determinadas orillas, grupos de árboles, peñas, en los cuales las fronteras de lo exterior/interior se difuminan. La experiencia –entre voluntaria e impuesta- de salir de closet, trajo para Dokera y Leo graves consecuencias en materia de seguridad. Desde la amenaza, pasando por el desplazamiento forzado y la estigmatización, hasta incurrir en prácticas de tortura, son algunas de las experiencias a las que son sometidas las personas lgbt dentro de los resguardos.

Paisaje del Alto Sinú. Foto: Entre Ríos Museo

Sentado frente a la iglesia central del municipio de Tierralta, a pocos metros del río Sinú, Leo comienza a desbordar el cauce de su memoria. La primera persona que recuerda que fue castigada por su orientación sexual y expresión de género se llama Bella, una mujer embera lesbiana. A Bella primero la metieron en la cárcel de Dozá durante seis meses porque “le gustaba trabajar mucho en el monte, coger el machete y hacer cosas de hombre”, luego la torturaron en el cepo porque vieron que no cambiaba su comportamiento. Según Leo desde el año 2006 las personas lgbt comenzaron a visibilizarse, lo que provocó que los actores armados reunieran a las comunidades y comenzaran a presionar a las autoridades indígenas para que tomaran cartas en el asunto; la respuesta fue ejercer medidas de vigilancia, persecución y represión, para reestablecer el orden moral. Por ejemplo, los grupos paramilitares que han venido haciendo presencia en el territorio coaccionan a las comunidades indígenas a que identifiquen a las personas lgbt para someterlas a castigos correctivos, y si estas no atienden el llamado, estos intervienen mediante prácticas de reclutamiento forzado, incluyendo en algunos casos, la violencia sexual. Otro hombre gay embera comenta:

El grupo armado reclutaba a los chicos para que trabajaran como hombre. Nunca, nunca nosotros sentimos protección de los cabildos, ni de la comunidad. Había un acuerdo mutuo entre los actores armados y la comunidad”.

Dokera fue llevada al cepo - un calabozo de la propia comunidad- por primera vez cuando la descubrieron entablando una relación erótico-afectiva con un hombre; fue su padre quien la entregó a las autoridades indígenas. “Duré dos días en el cepo, salí sin poder caminar. La pierna se me hinchó porque el pulso de la sangre no llegaba y la piel comenzó a ponérseme negra”. Luego de ese acontecimiento, el closet como refugio estratégico se hizo trizas. Ya no había nada que ocultar, pero sí mucho que defender. Dokera comenzó a instalar su rostro maquillado en la vida pública de su resguardo. Fue a través de su rostro que desafió las construcciones normativas del género, a pesar del golpe, la burla y el grito. La puesta en marcha de su libertad sexual y la autonomía para fabricarse un cuerpo deseado le trajo como consecuencias el encarcelamiento en tres ocasiones. Aun cuando su cuerpo estaba siendo atravesado por los poderes disciplinarios de la ancestralidad patriarcal, Dokera seguía radicalizando su existencia:

La naturaleza era más fuerte que yo. Era algo que ya no podía ocultar. Me fascinaba maquillarme, ser femenina, entonces me pasaban golpeando, pero ya me daba igual. Entonces me metieron a la cárcel allá en Kapupudó. La cárcel es un hueco grande en medio de las montañas, arriba del hueco hay un cementerio y por debajo pasa el río Sinú. La cárcel es oscura, muy fría y hay bastantes mosquitos. En la cárcel había hombres que le pegaban a sus mujeres, mujeres que le eran infiel a sus maridos.

El tercer método correctivo a la que son sometidas las personas lgbt emberas, además del cepo y la cárcel, es la terapia de conversión basada en conocimientos mágico-espirituales. Estas terapias son realizadas por los jaibanás, sabedores de conocimientos médicos ancestrales y poseedores de poderes mágicos. El jaibaná es una figura clave en el mundo embera: son médicos, sabios, poetas, maestros; ellos tienen la llave para acceder a otras esferas de la realidad más allá de lo inmediatamente perceptible. Leo comenta que los niñxs y jóvenes que no “cambian” su orientación sexual y su expresión de género luego de haber pasado por el cepo y la cárcel, e incluso después de “haberlos colgado en un árbol y latigarlos con varitas de totumo”, son llevados, generalmente, por sus propias madres, ante los jaibanás para “curarlos”. Si bien Leo tuvo que desplazarse forzosamente de su territorio para evitar ser castigado y torturado, éste conoce de cerca los casos que ocurren sistemáticamente dentro de los resguardos emberas en relación a las prácticas de conversión:

El jaibaná cree que la homosexualidad es un espíritu y que es un parásito, por eso usan plantas medicinales que están en el monte. Cogen las raíces de árboles grandes y eso lo mezclan con ají picante. También usan una fruta que machacan, cuando todo eso se mezcla bota un vapor. Eso lo introducen en el ano. A dos primos le hicieron ese tratamiento. La familia se reúne, y delante de todos amarran al chico de pies y brazos para que se deje hacer el tratamiento. Y con la mano le introducen eso por el ano. La persona grita por el dolor. Le dejan eso adentro por 20 minutos y luego lo vuelven a sacar. Así hasta por tres veces.

Cuando Dokera se enteró que su familia la iba a someter a la práctica de conversión decidió escapar tirándose al río Sinú en la noche; nadó varios metros y luego salió del agua para seguir su camino hacia el casco urbano de Tierralta. El ano es un lugar dentro de la geografía corporal al que históricamente se le han disputado los usos, sentidos y significados. El hecho que la práctica de conversión esté situada en esta zona, de que suela creerse que allí se depositan “los espíritus y parásitos de la homosexualidad”, no es más que una estrategia cultural basada en la lógica patriarcal que busca administrar los placeres de este espacio indiscutiblemente erógeno y político, en función de la sexualidad heteronormativa que sólo legitima la relacionalidad pene/vagina. Para Leo las prácticas de tortura que son utilizadas durante del proceso de conversión “tienen el objetivo de matar el placer”, por tanto, las afectaciones no solo son físicas, sino también afectivas y espirituales:

Le he preguntado a los chicos qué se siente después de eso. Hace poquito me hicieron llorar en una reunión indígena contando eso. Ellos están afectados, tratando de curarse. Los chicos que han pasado por este tratamiento no se sienten ya complacidos, no sienten esa pasión. Ya no sienten placer. Me dicen: yo puedo tener relaciones sexuales, pero yo no siento nada.

Si bien este tipo de prácticas no suelen estar basadas en conocimientos “científicos”, su legitimidad se sustenta en el carácter ancestral de los saberes jaibanisticos. Sin embargo, las maricas emberas katíos sostienen que lejos de conseguir sus objetivos, lo que provocan es una herida traumática en el cuerpo y la mente, una fractura en el placer y el deseo. Pero no todo es blanco y negro en esta historia. También hay jaibanas gays, como el abuelo de Leo, quien no tuvo la oportunidad de salir del closet como su nieto pudo hacerlo. La mayoría de los jaibanas homosexuales se oponen a la concepción que tiene su comunidad sobre la diversidad sexual y de género:

Mi abuelo era un señor gay que nunca salió del closet y era jaibaná y él me heredó todo porque yo soy médico tradicional también. Entonces yo tenía una duda: ¿por qué si mi abuelo me enseñaba cosas, mi abuelo nunca me dijo que la homosexualidad se cura por medio de las plantas? Por eso fui a buscar a otro jaibaná gay y le pregunté: ¿tú qué sientes, tú crees que eso es parásito, desde tu visión de conocimiento? ¿Crees que eso es así como dice los heterosexuales? Me dijo que no, que eso no es así, que la homosexualidad no se cura con una planta, no se cura con espíritus, no se cura haciendo tratamientos.

El camino de la organización

Para Dokera el mayor castigo que le pueden hacer a una persona lgbt embera es expulsarla de su territorio y lanzarla a la ciudad, donde suelen escuchar la expresión “¡Ay además de indio eres marica!” En la ciudad Dokera extrañaba el sonido del río, los pájaros y los sabores de la selva. Cuando escapó de su comunidad logró sobrevivir gracias a que en el municipio de Tierralta vivía un primo gay, quien habitaba una casa que funcionaba como refugio clandestino de personas homosexuales y trans embera katío. Gracias a estas redes de solidaridad subterránea entre maricas muchxs emberas lograron sobrevivir a las hostilidades del contexto y al suicidio mismo.

En esa casa había otras personas refugiadas que también venían huyendo. Vivíamos como 10 personas ahí, pero la dueña de la casa no sabía que era un refugio para gays. Era una casa de refugio clandestina. Pero cuando se enteraron que vivían gays y mujeres trans aquí, a todos los castigaron, se los llevaron para la cárcel del municipio de Tierralta. Me tocó desplazarme a Montería y allá Córdoba Diversa me brindó apoyo. Si no hubiera existido ese refugio yo siento que ya estuviera muerta. Yo siento que por eso había muchos suicidios en la población LGBT indígena, porque no teníamos ese refugio.

A raíz del incremento de la violencia homotransfóbica, Leo decide irse a la ciudad de Bogotá en 2016. Allí participa en la primera marcha del orgullo LGBT y comienza a hacer conexiones con ongs y colectivos dedicados a la defensa de los derechos humanos de las diversidades sexuales y de género. Cae en cuenta que lo que necesitaba su gente era justo contar con el apoyo de un colectivo pensado desde y para las necesidades propias. En 2018 con la boca llena de miedo y el corazón lleno de esperanza regresa a Tierralta a tocar puertas en la institucionalidad y los procesos de base que podrían funcionar como aliados de su lucha. En 2019 se crea Ojurubi como una corporación que nace con el propósito de erradicar las prácticas de tortura y conversión dentro de los territorios embera katíos, pero también con la misión de posibilitar el retorno de las maricas indígenas a sus espacios de vida. Desde temprano lograron identificar que el primer campo de lucha debía de ser dentro de los resguardos. Hasta el momento han logrado tener incidencia en tres comunidades: Amborromia 1, Amborromia 3 y Bocas de Río Verde, donde han dialogado con las autoridades ancestrales y llegado a acuerdos de no violencia.

Ojurubi apeló a las prácticas artísticas de Neka (tejidos), kipara (pintura facial-corporal) y Ûntakãri (danza) para desplegar estrategias de resistencia que les permitiría regresar a sus territorios a bañarse en las aguas del río, a comer pescado con plátano y a oler las flores de la montaña. Dokera interpeló a las autoridades de su resguardo planteándoles que las maricas pueden ser traductoras, poetas, bailarinas y brindar apoyo psicosocial a las comunidades. Así, para transformar los imaginarios y estereotipos Leo comenta que se crearon espacios para capacitar a las comunidades, hacer pedagogías de derechos humanos y visibilizar desde otras narrativas a las personas lgbt:

Llegábamos y decíamos: mira, nosotros hacemos manillas, le ayudamos a vender. Mira este chico pinta. Mira, tenemos un grupo de danza, nosotros le enseñamos. Todo era gratis. Mira que yo hago vestidos, entonces regalábamos vestidos.

Frente a la agresión verbal/física y ante la fuerza del daño las maricas emberas solo han empuñado un arma: el arte. Para Leo, “La mejor arma que nosotros hemos cogido es la artesanía, la artesanía fue el machete que a nosotros nos salvó de todo”. Así, el arte funcionó para transformar los lenguajes del odio y construir legitimidad dentro de los territorios ancestrales. Otros aliados además de la institucionalidad y los organismos de cooperación internacional, han sido el río, la selva-bosque húmedo tropical y la montaña. La naturaleza del Paramillo ha posibilitado en muchas vidas humanas el florecimiento del deseo, la fuga y la salvación. Paradójicamente la misma naturaleza que es utilizada para torturar el cuerpo y deforestar los placeres del ano, es la misma naturaleza que presta sus texturas y fluidos para reafirmar la vida. De este modo, la resistencia es también un trabajo colaborativo entre humanos y no humanos, un asunto inevitablemente multiespecie. Esto a pesar que dentro de la imaginación política embera el río Sinú está muerto, a raíz del ecocidio que produjo Urrá, pero también es una enorme tumba de agua donde los actores armados han desaparecido sistemáticamente los cuerpos marcados por la guerra. Por tanto, leerse desde estos marcos biogeográficos atrapados por las lógicas de muerte del extractivismo y el conflicto armado, más que una ambivalencia se trata de una vitalidad, en este caso agenciada por el deseo marica y travesti, que lucha contra los discursos apocalípticos y le apuesta a la esperanza sin caer en las trampas de la resiliencia y la adaptación al caos como preparación sacrificial a un fin del mundo de la vida.

Dokera termina el dibujo e insiste en dejar el río sin peces. Detrás de su cuerpo encadenado, ha dibujado la represa de Urrá, quién también tiene encadenado al río. Afuera es ahora la luna quien atrapa con una vehemencia oscura el paisaje alto sinuano. Como todavía hay miedo decide irse a casa no sin antes comentar: sueño con un resguardo que siempre tenga las puertas abiertas para nosotras, que nos acepten y respeten. Que las personas lgbt ocupemos espacios en la parte laboral y nos eduquemos. Sueño con ser una diseñadora famosa con una colección exclusiva de reinas, que mi colección pueda ser mostrada en París”.

(+) Alexa Galván es investigadore de Entre Ríos Museo.

(+)(+) Este trabajo periodístico se realizó y publicó originalmente en la tercera edición de #CambiaLaHistoria, proyecto colaborativo de DW Akademie y Alharaca, promovido por el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores. Conoce el proyecto y más historias en http://www.cambialahistoria.com