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Los emergentes

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Matar el pensamiento, historias de silencios

Capítulo 10

Alex Galván, Yamit Cuello y Miguel Martín liberaron la palabra secuestrada y reconstruyeron las memorias de la violencia sobre la toma de la universidad.

Los emergentes

Te he sobrevivido suficiente

como para recordar desde lejos.

Wisława Szymborska

El verso es de la poetisa y ensayista polaca, que traigo a este espacio de memoria porque en él veo dibujadas las reflexiones de Alex Galván, Yamit Cuello y Miguel Martín, egresados de la Universidad de Córdoba.

Sus edades no superan los 30 años a la fecha de reconstruir esta historia….

Cuando sucedió la toma paramilitar a la institución en la que se formaron, si acaso tenían 10 años de edad… Pero llegaron a ese claustro que ya estaba habitado por la amarga sensación de la tragedia, y quedaron pasmados ante los silencios agarrotados en las vidas de los resistentes.

Diferentes circunstancias los convirtieron en los constructores de una memoria emergente.

Llevaron a la palabra y a la acción las experiencias de quienes siguen trabajando en la Universidad, sobreviviendo, recordando desde cerca.

Ellos son… los emergentes.

Qué pasa cuando uno se enfrenta a un momento histórico relacionado con el sufrimiento humano, relacionado con la pérdida de vida, relacionado con la mutilación de procesos, el desgarramiento de los tejidos sociales y uno se para desde afuera, estoy viendo eso desde los archivos, estoy viendo eso desde la piel y el testimonio de personas que sí vivieron.

Eso dice Alex Galván para referirse al privilegio de poder investigar y escribir sobre lo que fue proscrito.

Él, junto con Yamit Cuello, Tatiana Galera y José Balmacea reconstruyeron los acontecimientos ocurridos en la Universidad de Córdoba. Y pudieron hacerlo por la distancia temporal. Sin embargo, cuando el pasado violento es tan reciente, el riesgo y la fragilidad habitan el presente.

Escribieron sobre lo que otros no pudieron verbalizar en público. Decidieron incomodarse y desentrañar memorias subterráneas.

El sujeto articula unas palabras que no siempre se pueden decir. A qué me refiero. Por ejemplo, yo no me imagino que algunos de los intelectuales, de los estudiantes que se exiliaron pudieran hacer una investigación sobre paramilitarismo en el 98, es inconcebible, era imposible no, que se hiciera porque el contexto no lo posibilitaba. Yo, si bien lo puedo hacer, y si bien hay ciertas condiciones sociales que todavía me ponen en riesgo, pero yo tengo muchos privilegios con los cuales yo puedo hacerla. Entonces, a eso me voy cuando hablo de sentirme incómodo, de sentirme una persona privilegiada frente a unas víctimas históricas que no pudieron hacer, que cuyos procesos intelectuales, cuyos procesos profesionales y académicos se vieron interrumpidos por una guerra que no era gustosa del conocimiento, no le complacía y no le servía que hubiera estudiantes y profesores pensantes.

Las cosas van resultando también en el camino, no es que haya sido también como una propuesta, como está es nuestra meta, y es como el horizonte que tenemos planteado para realizar algo, porque realmente no sucedió de esa forma. Creo que en el camino se fueron o nos fuimos encontrando muchas personas, que inicialmente labramos como un camino quizá dentro del semillero de investigación y es quizás eso lo que da la posibilidad para que nos reconozcan y nos da la posibilidad también como para decir que somos capaces también para hacerlo.

La inquietud nace primero por una coyuntura que es donde nos reunimos desde la plataforma de universidad del Caribe, cada universidad pública de cada departamento comienza a hacer una reflexión y una apuesta por la construcción de verdad y la elaboración de unos informes que den cuenta sobre los impactos de la guerra en el sector educativo, pero en el específico de la Universidad. Entonces, en esa coyuntura aparecemos nosotros como un semillero de investigación. Que quizá somos como uno de los pocos grupos de investigación en el departamento de Córdoba que estamos haciendo investigaciones sobre derechos humanos, estamos haciendo investigaciones sobre el conflicto armado y estamos en unas dinámicas del saber que están relacionadas pues con el contexto de Córdoba y que está como en una apuesta ética como de recuperar esa memoria de las víctimas. Entonces nosotros aparecemos allí, en colaboración con el colectivo Poder Mestizo y es una apuesta por 4 estudiantes que nos hicimos una pregunta fundamental como ¿Cuáles fueron esas condiciones de posibilidad para que en la Universidad de Córdoba se haya transformado en un escenario de guerra?

Hacer memoria en Córdoba es un acto de guerra. Hay que librar batallas internas, esquivar la indiferencia, desacomodar el silenciamiento, como lo expresa Esther Polo, una hija de la guerra que creció con la ausencia de un padre asesinado y con el abrazo de una madre resistente que luchó y lucha por las mujeres víctimas de su comunidad, Valle Encantado, un pueblito ubicado en la margen izquierda del río Sinú, en Córdoba.

Ella ocupa un lugar importante en esta emergencia por hacer memoria en Córdoba.

Entonces siento que ahí, habían como unas memorias, como unas capas de esas memorias, como de ciertos relatos que si bien de pronto no habían emergido con la fuerza con la que después se empezó a hacer memoria en algunos territorios, sí estaban allí esos relatos, si había como esto de las memorias subterráneas, como unas memorias que están agazapadas esperando que haya como una grieta, como una apertura para salir, para emerger. Porque obviamente que no es que hubiera, eh digamos una, bueno sí la había, una memoria hegemónica, dominante, eh más que eso lo que había era un silenciamiento profundo, casi que impenetrable y una sociedad como muy, no sé si esté bien lo que voy a decir, cómoda en ese silenciamiento.

Su frase es una sentencia muy fuerte que sugiere...

¿Cómplice? No sé, tengo como varias sensaciones ahí.

De pronto no todo el mundo, pero sí algún sector de la sociedad nuestra como de alguna manera le coqueteaban a esos que imponían el silencio, a esos que imponían esta forma de subyugar, de someter. Entonces lo que había era eso, un sometimiento...

Como que de eso se hablaba como que, en unos lugares por allá, en unos rincones por allá, porque no era así, pues, no se hablaba al público no eran unas memorias públicas claramente, ni hacían parte del relato de dominio público. Entonces, luego de que se quiebra un poco eso, y siento yo que hubo como una fuerza que impulsó gente en otros lados, la misma gente del Grupo de Memoria Histórica. Siento que ellos sí se dieron la tarea de llegar a las comunidades, de convocar a la gente.

...cuando yo vi por primera vez que se hablaba o que se habló del tema de la memoria fue como en el 2008, 2009.

Por eso solo hasta el 2012, cuando comienza la elaboración del Plan de Reparación Colectiva de la Universidad de Córdoba, es cuando los emergentes, desde sus diversas carreras se encontraron. Alex y Yamit desde el área de las Ciencias Sociales y Miguel Martín de las Básicas.

Fue la época en que las voces de las víctimas de la Universidad comenzaron a quebrar esFue la época en que las voces de las víctimas de la Universidad comenzaron a quebrar esos espacios de silencio de los que habla Esther Polo, quien para la fecha estudiaba derecho y se encontró con Miguel Martín.

Miguel Martín: Mi nombre es Miguel Martín Peña y regresé a la Universidad de Córdoba después de haber estudiado por fuera en el por ahí en el 2012 y empecé a trabajar todo este tema del proceso de reparación colectiva y ahí nace el Festival de la Memoria, en el marco ese. Entonces, yo soy uno de los fundadores del Festival de la Memoria. Estudié ingeniería mecánica allá en la Universidad y fui parte del proceso de reparación colectiva.

Pero... ¿qué es lo que hace que estos muchachos rompan esquemas, se incomoden. ¿Se quieran meter en semejante empresa que, ni vieron, ni padecieron, ni sufrieron?

Miguel aclara que había gente incómoda, antes que ellos, pero también escoge algo que le molestó tremendamente, y sobre lo que quiso rebelarse...

Ya venía gente rompiéndolo y nosotros llegamos a ese campo fértil de esos silencios que ya se habían como quebrado. Me refiero al profesor Serafín que siempre fue una inspiración para nosotros. Él ya había hecho algo que se llamaba Festival de la Palabra, festival nos tomamos la palabra o algo así y ahí nosotros esa vez hicimos algo paralelo, y pintamos un mural, hicimos una colcha, pero ahí todavía era como tímidamente entonces, a eso me refiero a que había unos escenarios abiertos.

Yo empecé a sentir los vestigios del paramilitarismo, le digo yo, porque entonces yo no podía ir en abarca, no podía utilizar mochilas, no podía tener el pelo largo, porque me decían que no que un hombre ingeniero mecánico cordobés y de la Universidad de Córdoba no podía. Eso me indignaba, yo estaba tratando de buscar un espacio dónde decirlo y escuché algo que se llamaba el proceso de reparación colectiva. Entonces yo fui allá como que, ey, a mí me pasa esto y no me parece justo. Me dijeron: Bueno tal, como que entendemos que te incomode eso, pero a la universidad le pasó esto. Te interesaría como... y yo dije: bueno, sí. Estoy sufriendo por una tontería del pelo, pero es que aquí hubo una gente que la mataron, que la desaparecieron, una cantidad de gente exiliada entonces ahí fue como que me preocupé por el tema.

Pero yo llego al proceso de reparación colectiva yo comienzo a indagar y comienzo a preguntar oye, pero ¿qué pasaba aquí entonces? Entonces, un profe como Amaranto me decía no es que aquí prohibieron las mochilas porque las mochilas son de los guerrilleros, son de los mamertos y es que aquí no se puede andar en abarca porque esto no es de los campesinos, esto es para los ganaderos, para la gente que venga aquí a volverse un profesional, esto no es para gente del campo. Y el pelo largo lo mismo. O sea, entonces, una de las primeras propuestas que yo ahora la veo y me da risa, pero era ponernos una mochila de papel, una mochilatón, que todo el mundo utilizara mochila como en contra de eso. Creo que esa fue como la lógica bueno de que aquí tenemos que llegar a romper cosas.

Yamit por su parte, no concibe de ninguna manera que desde el programa de Ciencias Sociales no haya ni se promueva el pensamiento crítico.

El conflicto que a mí me generó es, por ejemplo, como dentro del programa del cual nosotros estamos, como desde dentro de las Ciencias Sociales que se supone que se debería como desarrollar unos procesos encaminados a como a estas construcciones de memoria, eh eso no estaba presente. O sea, eso no estaba presente curricularmente, eso no estaba presente dentro del ambiente de las ciencias sociales que se estaban desarrollando en la Universidad de Córdoba, eso para mí entró en un choque muy profundo, en el sentido en que bueno pero qué dinámica se está desarrollando aquí. Hay como una especie de silencios que empiezan a, como a normalizarse, unas prácticas curriculares que empiezan a, no sé, como a establecer como una distancia con ese pasado, pero es tan reciente. Bueno, pero uno también entiende eso, y es también lo reciente de los acontecimientos, es también de que no ha habido de que no se ha desarrollado ampliamente unos ejercicios como para auscultar escenarios de verdad como para desarrollar memorias que hayan posibilitado unos procesos que le permitan a la Universidad y a su institucionalidad como que entren dentro de sus venas, dentro de su territorialidad como institución.

Es terrible cuando tú eres estudiantes de ciencias sociales y puedes leer todos los libros sin temor y puedes llevar un libro de Marx, puedes llevar un libro de teoría de género, puedes llevar un libro sobre equis escritor crítico, puedes ponerlo en una mesa de la cafetería, puedes gritar soy marica, soy LGBT, puedes gritar soy de izquierda, soy comunista y cuando tú ves a estos estudiantes, a esos 17 estudiantes que fueron asesinados, a estos 4 estudiantes que fueron exiliados, tú te das cuenta que eres un sujeto privilegiado y que tienes una deuda con esas víctimas históricas. Y esa deuda solamente puede saldarse en un espacio, que es el espacio de la memoria.

Como que uno entra en un programa de las ciencias sociales, un programa que está enrarecido y que tiene como esa lápida del pasado. Pero es una lápida que está como si le colocaran, no sé, como una colcha de flores, pero abajo está la tumba. Es como si tú entraras al programa y tú comienzas a socializar con los docentes y tú te das cuenta cuando tienes la oportunidad de salir a otros programas de ciencias sociales a nivel nacional e inclusive a nivel internacional tú te das cuenta que el programa de las ciencias sociales de acá es como un programa anómalo. Es como si fuera una normalidad dentro de lo que se supone son y deberían ser las ciencias sociales

Entonces, uno piensa en cuántas generaciones fueron educadas bajo ese estigma del ser guerrillero y el temor a posicionar una voz de crítica, el temor a pensar diferente. Cuántas generaciones fueron, cuantas generaciones egresaron desde 1990 hasta el año en que yo entro en que es en el 2015.

Cinco generaciones, porque el programa es de cinco años, que fueron educadas bajo una atmósfera de miedo, una atmósfera de silencio, una atmósfera de temor porque lastimosamente esas generaciones del 90 e inicios del 2000 cuando iban a estudiar no estaban pensando en el saber, sino estaban pensando en la sobrevivencia. Era como que te toca sobrevivir antes que saber. Y por poner en la balanza el sobrevivir, por encima del saber pues se truncaron muchos procesos intelectuales, se truncaron muchos procesos académicos y, por supuesto, son estos docentes que salen a los colegios a reprogramar esas mismas prácticas.

Y a pesar de lo duro que significaba asimilar que no había pensamiento crítico, más duro aún era ser testigos de la normalización de lo anómalo.

Para mí es que eso en la universidad mucha gente lo recordaba como cuando la universidad estaba bien, antes la universidad sí estaba bien administrada, porque entonces la gente no tenía abarcas, no utilizaba mochilas, utilizaba uniformes y no tenía el pelo largo los hombres.

Y para romper esa normalización, pasaron a la acción, así lo recuerda Miguel Martín.

Claro, entonces yo tenía la necesidad de poder hacer otras cosas que yo quería como que las paredes estaban en blanco y a mí eso me chocaba, pero si yo vengo de la universidad pública, yo vi cómo las universidades se pintan, la gente dice lo que quiere y aquí y no. Entonces con un grupo de amigos, empecé a decir, o empezamos a decir ey si hacemos un mural. Entonces cuando uno empieza a hablar de qué quiere decir en el mural: entonces, decíamos hablemos de lo que sucede en la universidad de Córdoba y creo que llegué en un momento de fertilidad en la universidad, de fertilidad de movimiento porque acababa de acabar la Mane y la Mane dejó como muchas organizaciones estudiantiles que hace mucho tiempo no estaban como la asociación colombiana de estudiantes universitarios Aceu, como la organización colombiana de estudiantes Joce, diferentes parches. Y yo entré ahí al tema de Derechos Humanos porque como para estar ahí por el ladito y efectivamente entonces empezamos a pintar los murales y me encontré con un parchecito de gente que tenían intereses en común, unas estéticas, unos gustos parecidos y esa fue la excusa para fundar el colectivo Poder Mestizo. Entonces ahí nace esa gente que estudiaba diferentes carreras, ninguno en ese momento estudiaba licenciatura en ciencias sociales o algo así, era como un poco sui generis, como unos mecánicos, otra veterinaria, otros de informática y bueno ahí surgió como el parche.

Y el parche comenzó a hacer muchas actividades, murales, foros, tributos, encuentros...

Nos permitió luego como que surgieran cosas, hicimos como la placa del muro de la infamia. Hicimos un performance donde tapamos toda una pared que antes el paramilitarismo había tapado, para que la gente no se reuniera y la incomodidad hizo que la misma comunidad tumbara eso al final, era como bueno, bien. Y ese día también logramos invitar a unos familiares de los agrónomos porque ellos ya también habían hecho un proceso de memoria con el centro nacional de escribir como unos relatos, si no estoy mal y de recoger como unas fotos y eso permitió que tuviéramos ese día ese espacio y que pudiéramos poner la foto a cada árbol y poner la placa y poder tener como ese espacio con ellos que fue muy bonito. Fue como poder tener el duelo, pero el duelo es necesario porque muchas veces lo huimos y lo que sea, pero, que esas personas pudieran estar ahí, que entre todos pudiéramos como tramitar eso que nos pasó como comunidad universitaria, yo siento que era lo que hacía que como que se concretaran cosas ahí entonces esa placa representa eso. Yo creo que así poco a poco hemos podido ir como germinando algunas cosas en la universidad.

El Festival fue incluyente, sumó voces de afuera, como la de Esther Polo, y esas voces sorprendidas escribieron, recogieron memorias.

Sí, yo me acuerdo que el Primer Festival de la Memoria yo asistí, me llamaron a la primera reunión que se estaba haciendo el festival, el comité de impulso y ahí fue que conocí a Migue de hecho. Yo estaba, digamos, había emprendido como una amistad con el director de Cine Jesús Reyes. Y él me había dicho que hay unos colectivos en la Universidad de Córdoba que están trabajando y que quieren un poco como contar lo que ha pasado, sobre todo, por el tema de la toma paramilitar de la universidad, los homicidios, los homicidios de estudiantes, de maestros, todo un asunto laboral, por ejemplo, con los trabajadores. Entonces el festival fue como un lugar de convergencia para que la gente que obviamente se sentía allí como, no solamente afectada, sino que sentía indignada y que sentía que era necesario hacer algo como esto, confluyera y que pasara en Córdoba.

Eso era, fue curiosamente llamativo porque yo pensé que eso iba a tener unas repercusiones mucho más, digamos más fuertes en el sentido de que yo dije, bueno sí, pero no será que terminan pues matando a más de uno pues por promover esto, y sobre todo, pues porque bueno uno sabe que en la universidad no ha habido un presos pues totalmente de cesación de los efectos, voy a hablar como lo abogados, de los efectos perversos de, es decir, todavía están las huellas del vestigio de los paramilitares ahí, entonces eso me parecía como raro, pero me gustaba porque yo decía bacano que esto va a pasar, y yo me quiero sumar a esa, a esto que va a pasar.

Entonces estuve como en las reuniones de preparación, me pidieron, que yo, pues si yo qué iba a hacer. Yo tenía un proyecto con una gente que se llama, se llamó en su momento Apuesta poética contra el dolor y yo venía haciendo un proceso también de escritura personal, pero de ayudar como a entender a través de las palabras, aquellas historias, aquellos relatos de la gente que estaba sumamente adolorida por hechos de la guerra. Entonces habíamos tratado de construir unos relatos con esas personas, yo les pedí su autorización, y me acuerdo mucho que lo hablamos con Migue, con toda la gente del comité de impulso, con los maestros, con toda la gente que estaba allí y ellos me dijeron: bueno, te los vamos a imprimir y los vamos a poner en una exposición y bueno tú nos acompañas en la exposición.

Me acuerdo que hubo como toda una acción performática, se mencionaron los nombres de las personas asesinadas, todos los que estábamos ahí repetíamos, algo como una frase: como presente, presente, presente.

Me acuerdo que pasaron como los videos donde creo que Petro había denunciado la toma paramilitar en el Congreso y eso se proyectó ahí. Eso me pareció, había unas personas señalando por donde pasaban los grupos armados, como los lugares como todo eso me parecía la verdad como muy confrontativo de todo lo que fue, porque fue un silenciamiento total, y era como que a la vez como que la gente, cierta gente de Montería sabía que eso pasaba, pero digamos para mí fue bien raro así raro porque yo estaba en Justicia y Paz, estaba en la Unidad de Justicia y paz, y entonces ahí estaba la gente que documentaba el bloque Córdoba de los paramilitares y yo me acerqué a los expedientes judiciales de los hechos de la Universidad, que era como hechos de connotación, así los tenían en una cajas, en unas carpetas.

Yo ahí me acerqué, vi cómo las cosas de las víctimas, incluso sus fotos horribles, horribles. Y, todo eso, cuando yo estaba ahí en el Festival, en lo que se hizo, todo eso como se me entrecruzó: entre eso que yo leí allá incluso en las versiones en las que estuve, en las que escuché algunos relatos de cómo habían cometido algunos de los homicidios, todo eso se me cruzó mucho y yo sentí como si algo acá profundo en el pecho y yo decía: juepucha cómo pasó todo esto, cómo se cogieron a una universidad, cómo fueron capaces de matar a estudiantes, a profesores, de joder laboralmente a los trabajadores, de imponer todo. Increíble, o sea yo ya después hacia como la reflexión decía, cómo y por qué pasan estas cosas, cómo como sociedad permitimos esto, cómo el Estado lo permitió, yo me lo sigo preguntando. Cómo. Y todo eso realmente me confrontó, me confrontó como mujer cordobesa, como alguien que ha vivido aquí. Yo nací aquí en Montería, tengo el ombligo enterrado en mi casa, y si yo también he vivido unas situaciones complejas en la vida, pero yo también decía, pero por qué se permitieron todas estas cosas, cómo llegamos a esto, y entonces sí, si a mí incluso me confrontó mucho y siento que el festival como que claro, fue una grieta enorme que se abrió ahí.

El trabajo por la memoria emergente no ha tenido descanso desde el año 2012 hasta el 2020. Comenzó con el reconocimiento de un horror que no para debido a los hallazgos de los distintos tipos de violencia en la Universidad y sigue con darle nombre a los hechos, sin eufemismos.

Y en los 90 y hasta el 2008 estuvo un actor armado ahí. Estuvo un aparato de las armas estrangulando la Universidad. Pero ya luego ese aparato de las armas se desmorona y uno pensara: okey, va a emerger el pensamiento crítico. Y no. Entonces el paramilitarismo lo que hizo fue dejar instalado una manera de ser y una manera de pensar, pero ya luego él se fue, o mutó, ya dejó de interesarse en la Universidad, pero eso quedó ya programado. Y eso sigue reproduciéndose y seguirá reproduciendo hasta que alguien no le ponga un pare. Ese alguien obviamente es colectivo y por supuesto, lo que dice Yamit es cierto, ya no está Mancuso, ya no están los rectores que ponen los paramilitares. Sí quedan algunos funcionarios y quedan algunos profesores que, si bien tuvieron un pasado, ya no están interesados y están allí y son símbolo de que esa lápida sigue sobre nuestra universidad, pero quedaron instaladas las subjetividades. Y esas subjetividades, pueden, toman vida propia.

Los emergentes viven en Montería sin miedos. No los tienen tatuados en el cuerpo como las víctimas directas de la toma paramilitar a la Universidad y eso los hace libres para seguir trabajando.

¿Cómo lo lograron? Le pregunto a Miguel.

Habían estudiantes que ya tenían como unos ciclos de cine foro, entonces nosotros como que llegamos allá. Cuando nosotros, bueno eso, por un lado, había un campo fértil, pero por otro lado yo creo que es la inocencia juvenil, como que no medíamos, de alguna manera, el riesgo o el peligro al que nos podíamos someter, sino que es el ímpetu de la juventud de hacer, de decir, de poner entonces, de pintar a la gente que no se había pintado hace mucho tiempo, de decir que aquí habían pasado ese tipo de cosas, de mencionar nombres, de ponerlo en el debate.

Miguel me pregunta qué voy a escribir de ellos.

Le digo que voy a escribir sobre su esperanza, una esperanza tan verde como Córdoba, y tan enredada como su cabello ensortijado.

Los emergentes creen que memorias y verdades transforman el silencio en escucha activa, en reconciliación.

Córdoba sigue en deuda con su pasado...

Matar el pensamiento, historias de silencios es una memoria sonora resultado de la investigación realizada Por Ginna Morelo con el apoyo de Constanza Bruno y Alex Galván, Guardián de la Memoria, canción original, autoría de Adriana Lucía. producción de la serie José Díaz, la música utilizada es libre de derechos, esta memoria sonora la puede encontrar en el sitio web Entre Ríos proyecto que cuenta con el apoyo de la Konrad denauer-Stiftung de Colombia, Reporteros sin Fronteras, de Alemania y la Pontificia Universidad Javeriana.