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El guardián

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Matar el pensamiento, historias de silencios

Capítulo 9

Serafín Velásquez, profesor de Agronomía, abre las puertas de su casa en el barrio Buenavista de Montería para revivir sus memorias subterráneas hechas cuentos, poemas y denuncias en la Toma de la U por los paramilitares.

El guardián

LA LISTA

En apariencias, al azar, fueron cayendo asesinados en sus propias casas, en las calles o en las zonas rurales de mi Departamento todos aquellos que quisieron hacer caminos hacia otro país donde imperara la justicia y la igualdad.

Este fue el comentario que un exiliado colombiano le hiciera a un periodista amigo en el país donde había pedido asilo. Y podría recordar ¿Cuántos fueron asesinados?

¿La verdad? No lo sé, pero en mi memoria sobreviven más de cincuenta. Entre ellos, los profesores universitarios: Julio Cuervo, Francisco Aguilar Madera, Alberto Alzate Patiño, Alfonso Cujavante, Misael Díaz Urzola, James Pérez Chimá y Hugo Iguarán Cote; mi compadre Alejandro Gómez Peralta y un grupo de conocidos dirigentes cívicos y sindicales de la ciudad.

¿Y cuáles fueron sus pecados? Según los autores de la lista con nombres subrayados, dizque porque escogieron el camino de la izquierda en un país que la derecha ha consagrado al Sagrado Corazón de Jesús. Un hombre que precisamente pregonaba con sus palabras, el amor, la caridad y la igualdad entre los seres humanos.

Vuelvo a estar frente a él y a fijar la mirada en sus manos afectadas por la artritis. La dificultad con que sus dedos teclean no lo detiene. No lo detuvo el miedo a la muerte en la época más dura, menos ahora en la soledad de la pandemia.

El profesor Serafín Velásquez Acosta me recibe en su casa del barrio Buenavista de Montería, con sus relatos, cuentos y poemas sobre la violencia contemporánea en Colombia, un libro que me comprometí a editar hace tres años, cuando él recién cumplía setenta.

¿Por qué hacer memoria del dolor? Me lo pregunto. Se lo pregunto.

Para poder entonces entender qué pasó. Por qué llegamos a ese extremo. Una universidad, templo del saber, llegar a ser dominada por los que consideraron que había que refundar la patria con una nueva forma de seres humanos distintos a lo que es la razón de ser de la universidad: profesionales con principios humanísticos. Entonces esa parte fue cercenada dentro de la formación de los profesionales y es posible que haya sido un error el estar graduando promociones con esa visión. Eso, naturalmente produce un atraso dentro del desarrollo de las regiones, porque no se vinculan entonces a procesos organizativos que las comunidades requieren para poder entonces buscar soluciones armónicas.

Esa es una de las razones que impulsó al profesor Serafín a escribir, en vista de que no se podía hablar. En las páginas de su libro Hurgando en mi memoria, el guardián de los episodios violentos que marcaron a la Universidad de Córdoba, vuelca sus reflexiones más íntimas... construidas en medio del silencio.

El relato titulado “La Lista”, que escuchamos al comienzo de este episodio, es una de las 94 piezas que conforman el libro inédito que hace parte de este Museo Virtual de la Memoria sobre la violencia paramilitar contra el pensamiento en Córdoba. Espacio que él, sin saberlo, ayuda a construir desde el 14 de abril de 2013, el día en que nos conocimos.

El 30 de octubre del año de la pandemia supo de qué se trataba tanta insistencia mía. No dudó entonces en convencer a los testigos del horror de juntarse en un espacio privado para escucharse después de tantos años.

Entonces, rompió el silencio con la tranquilidad y la experiencia que le dan los años.

Mi nombre es Serafín Velásquez Acosta, fui docente, docente pensionado de la Universidad de Córdoba en el área de ingeniería agronómica. Aún sigo vinculado como catedrático y estoy unido a esta causa, porque siendo secretario de la Asociación de pensionados de la Universidad de Córdoba, vivimos ese episodio del traslado de los sindicatos a Santa Fe de Ralito, donde fue la plana mayor de las directivas Aspu, Sintraunicol y de Ajucor enjuiciados prácticamente por una organización al margen de la ley, que con hojas de vidas en mano cuestionó la conducta de los docentes, de los administrativos y estudiantes de la Universidad y los invitó a refundar una patria como si ellos tuvieran el dogma de trazar las directrices del nuevo país.

Santa Fe Ralito fue el pueblo en el Alto Sinú donde funcionó uno de los comandos paramilitares de Salvatore Mancuso, la cabeza de las autodefensas o del paramilitarismo en Córdoba. A ese lugar hace alusión el profesor Serafín cuando recuerda cómo obligaron a sus compañeros a asistir a una reunión allí para recibir una advertencia: ver, callar y dejar hacer.

Es por ahí que siempre decide comenzar su relato. Ese fue el punto de quiebre, el hecho que lo hizo enfurecer y tragarse la rabia hasta convertirla en una acción inteligente.

Desde ese momento, yo no fui a Ralito, pero sí vi en los compañeros de la asociación esa angustia, especialmente del doctor Francisco Villadiego Abuchar que era el presidente, cuando después que regresó de allá me comentó su experiencia, y eso me marcó inmediatamente.

Lo marcó, lo escribió y lo guardó en su memoria.

AQUÍ LA LEY SOY YO

Tan pronto supe que los compañeros sindicalistas y gremiales del Alma Mater regresaron en las horas de la madrugada de la reunión del 18 de febrero de 2004, a la que se vieron obligados a asistir en un lugar del “Cielo”, me fui a la casa del doctor Villadiego Abuchar para enterarme de los pormenores de dicha reunión.

Con una gran tristeza me contó la experiencia vivida: Cuando me vi sentado con mis compañeros de infortunio, frente a unos señores que tenían arrodillada a la dirigencia política regional, a las autoridades administrativas, judiciales y militares de la región, me sentí indigno de mí mismo.

¡Por Dios! A qué grado de degradación social habíamos llegado. La dirigencia gremial de mi universidad allí constreñida y padeciendo un espectáculo de miedo ante un tribunal espurio cuyo jefe, con las hojas de vida de cada uno de los presentes, dictando cátedra de ética y moral, nos exigió cumplir con una serie de condiciones y renunciar a lo que según él eran prebendas obtenidas de manera ilegal. ¡Qué te parece!, El diablo dictando misa en el templo del saber.

Al respecto, con la serenidad del caso le contesté: El toro hay que cogerlo por los cachos, estos temas se dirimen en los estrados judiciales, nosotros no tenemos por qué renunciar a nada.

–¿Sabes qué dijo el tipo que presidía la reunión?

–Es que la ley aquí, soy yo.

No me sorprendió que hayamos llegado a ese extremo, pues este país sigue sin brújulas.

-Así es doctor –intervine apuntando en su observación–. Parece que siguiéramos igual a lo que dijera en 1929 en su libro “Viaje a Pie”, el escritor y filósofo Fernando González Ochoa: "¡Pobre país, país de mierda, país del diablo, país negroide, país indio, español, sin rumbo y sin conciencia aún!”.

El doctor Villadiego, un hombre probo, humanista, con doctorado en salud pública docente y exrector de la Universidad, murió dos años después víctima de un cáncer que se le exacerbó por el estrés que le produjo ver cómo su universidad, permanecía con la palabra secuestrada, en manos de quienes tenían como programa “refundar la patria” con la razón de los fusiles.

Pero el profe Serafín ya venía marcado. Ya había sido víctima de la estigmatización muchos años antes, como lo hicieron con su amigo el docente Gustavo Ballesteros, un librepensador que se fue exiliado a México y murió a comienzos del 2021 sin poder volver a Córdoba.

Los profesores de Córdoba que hablaban de igualdad eran tratados duramente como diferentes. Una lista de la Asociación de Maestros de Córdoba, Ademacor, da cuenta de cien crímenes. Ese capítulo de nuestra vergonzosa historia no podría llamarse de otra forma que: ¡Matar el pensamiento!

Ya desde el año 1990 en adelante, en el 96 prácticamente comienzan los desplazamientos y poco a poco la gente en lugar de apoyar a los líderes, se fue replegando, entregándose más a sus actividades propias de la investigación y la academia y la palabra estuvo, entonces, secuestrada. Como también había personas al interior de la universidad que informaban a los lugartenientes de los grupos políticos, el papel que estaban cumpliendo algunos líderes y a esos, sobre ellos presionaban para que o si no se callaban era objetivo militar. Yo viví incluso eso en compañía de la facultad, a mí incluso y a otros de la facultad nos declararon objetivo militar.

Un compañero de nosotros, Gustavo Ballesteros, él siempre fue un líder innato, luchaba por mejorar la dignidad de las comunidades campesinas y, sobre todo, él era originario de Valencia y obviamente él tenía ya una cultura de defensa del campesinado o de la lucha por la tierra. Entonces como docente, él después que hizo una maestría en Chapingo - México, crea una fundación [Seremos se llamaba] con recursos internacionales para adelantar proyectos de investigación relacionadas con el mejoramiento de la alimentación de las comunidades indígenas de San Andrés de Sotavento y de por acá de Martinica y Tierralta. Estaba ya designado como decano cuando creó esa fundación y en ese proyecto lo apoyamos todos, ahí en el profesorado, porque ya era una forma de desarrollar la extensión agrícola, que es uno de los pilares de la docencia universitaria, no, docencia, investigación y extensión. Extensión pues no había esa relación con las comunidades. Y a través de esa estábamos desarrollando eso.

Pero resulta que detrás de esa fundación, la relación que había con las comunidades indígenas, se movían entre bambalinas grupo de los [¿elenos?] y en la medida en que nosotros íbamos a los sitios a desarrollar actividades de campo, veíamos presencia de personas que de alguna manera intimidaban con su uniforme. Eso trascendió, de alguna manera le llegó la información a la Brigada, que eran los que manejaban grupos para torturar a los grupos de izquierda. Entonces declararon objetivo militar a Gustavo Ballesteros y al rector de ese entonces, a Gustavo Rodríguez. Los dos tuvieron que perderse.

Los profesores Ballesteros y Serafín hacían poesía. Nunca más volvieron a verse. El uno se exilió en México y el otro le bajó la temperatura a su situación yéndose un tiempo a Cartagena en el Caribe colombiano. Después Serafín regresaría a su cátedra de agronomía y años más tarde escribiría lo que meditaba en silencio.

PARADOJA DE UN EXILIADO

Por su denodada labor altruista de procurar condiciones de vida más dignas para los indígenas del resguardo de Santa María del Darién, el científico Gustavo Ballesteros Patrón, tuvo que tomar distancia y alejarse de los suyos.

Años después en el exilio, incorporado a la sociedad que lo acogió, descendientes de los Toltecas, es condecorado con la medalla al mérito al mejor extranjero por sus contribuciones científicas que garantizaban soluciones alimentarias en áreas marginales ocupadas por comunidades indígenas del país del asilo.

Lo paradójico, es que en los archivos de los organismos de seguridad de la región donde su familia aún guarda la esperanza de verlo meciéndose en una hamaca, rodeado de sus nietos, sigue escrito el siguiente epitafio: Objetivo militar por sublevar a los indígenas.

Lo que no es homogéneo en Córdoba, es disociador, es mal visto por los poderosos, por el Ejército y por todo lo que se derivó de allí.

Ese señalamiento indirecto hiere y hace visible al diferente. Y, cuando su verbo es entendido como una amenaza, sus acciones pueden conducirlo al silencio, al exilio, o a la muerte. Al final le arrebatan la posibilidad de hacerse cargo de lo que quiere decir o sentir y lo hacen responsable de un destino impuesto.

Édgar Astudillo, periodista amenazado, quien tuvo que exiliarse durante un tiempo para salvar su vida y luego regresó a Córdoba, asegura que el origen de las disputas siempre fue la tierra. Y el espacio donde se dieron esos debates fue señalado hasta ser silenciado, la Universidad.

La tierra porque con la llegada del blanco en territorios indígenas se originó un conflicto. La tierra porque con la llegada de los colonos de distintas razas, en fin, sirio-libaneses, antioqueños, no antioqueños, los mismos colonos y terratenientes cordobeses, pues originaron el conflicto con quienes estaban allí tradicionalmente viviendo. Ese, un gravísimo problema.

Ese despojo de tierras originó grandes desigualdades sociales, originó igualmente problemas de inequidad, agregándole a ello que empobreció a muchos campesinos, especialmente y originó lamentablemente la concentración de la tierra, la ganadería extensiva, la mala utilización de la tierra igualmente despojada, originó conflictos constantes y permanentes.

Y, por otro lado, debo decir que, en la historia del departamento, los sectores dominantes políticamente que se hicieron al Gobierno, copatrocinaron por omisión, por silencio y también de manera deliberada todos esos procesos y todos esos conflictos y en algunos momentos pues, lideraron procesos de despojo a través de las famosas reformas agrarias que las aplicaron inadecuadamente. El Incora, aquí en vez de favorecer a sectores vulnerables favoreció a sectores no vulnerables. Y la famosa reforma agraria de Lleras nunca llegó y se presentaron grandes inequidades.

Otro factor determinante es que hay serias exclusiones económicas y sociales, hay igualmente núcleos de la población muy pobres. Otros que lo tienen todo y, eso pues claro que origina serios conflictos, porque origina falta de vivienda, origina falta de vías, de salud, de educación y siempre que hay esos problemas sociales, esos caldos de cultivo, pues se han presentado conflictos. Quizá esos factores se convirtieron como en un caldo de cultivo. Como en la razón para que existiesen aquí organizaciones guerrilleras, como que la motivación para que también desde los otros extremos los dueños del poder se armaran, consolidaran grupos de autodefensa, antiguos y nuevos. Recordemos que aquí hubo personas eh muy notorias en la defensa de terratenientes, en fin, por decir algo el famoso teniente Castilla, que fue famoso porque mochaba cabezas de campesinos rebeldes, que no querían ceder sus tierras o que las defendían, entonces ese tema no es nuevo, ese tema es antiguo, no, el tema del despojo y el tema de la tenencia de la tierra precisamente a la brava.

Y ya después más recientemente pues vinieron las confrontaciones con la guerrilla, ya vinieron las confrontaciones con los sectores de paramilitares organizados por ganaderos, comerciantes, personas que se sentían seriamente afectadas por la existencia de las Farc, del EPL, no, que en momentos muy agudos del conflicto también se desbordaron en sus andanzas y entonces originaron pues un nuevo conflicto en el departamento.

Esas verdades, documentadas en la historia de la guerra en Colombia y analizadas por el equipo del Centro Nacional de Memoria Histórica que dirigió el profesor Gonzalo Sánchez, siguen incomodando en Córdoba y por eso ni siquiera hoy se ventilan. Son temas que no afloran en ninguna conversación pública o privada. Nuestras diferencias, nuestros dolores siguen siendo vacíos tormentosos en los que se asoman siempre inconformidades y descontentos de unos u otros, como lo asegura el profesor Serafín Velásquez.

Una de las, digamos que originó el descontento de las, no quiero referirme a los potentados de la región como enemigos de la Universidad, sino que no estaban de acuerdo con la visión que en ese entonces en las universidades y de la cual no escapaba la universidad de Córdoba se tenía de lo que debía ser la utilización de la tierra.

Entonces era una contradicción que, hablando de desarrollo e igualdad social, el 80% o 90% de las tierras estuviese en manos de 2% de los propietarios. Entonces había una cantidad de campesinos que exigían tierras para subsistir, sobre todo producir, porque las grandes haciendas estaban eran dedicadas más a la ganadería y al monocultivo, sobre todo el algodón, el maíz, pero quienes producían y garantizaban alimento en la mesa era el pequeño campesino que producía el ñame, la yuca, el plátano, las hortalizas, frutales. Entonces en ese sentido había una contradicción y en la universidad obviamente algunos profesores y estudiantes empezaron a apoyar la reforma agraria, entonces la lucha por la tierra y ahí comienzan los primeros focos que se dan en el departamento, historia que está totalmente narrada en una sentencia de la Tribunal Superior de Medellín sobre el caso de unos imputados que hicieron parte de las autodefensas de Córdoba. Y ahí narran perfectamente cómo se dio ese cambio, de por qué aparecieron grupos guerrilleros en la región que apoyaban la lucha por la tierra y después cómo los agricultores, los dueños de finca se unieron para entonces organizar los grupos paramilitares, de ahí comienza entonces la lucha, que se dio, el conflicto interno que se dio aquí en Córdoba. Indudablemente eso se reflejó también en la universidad, porque de ambos bandos se tenían simpatizantes, y, pero ya esa historia se conoce, de por qué entonces los paramilitares arremetieron contra algunas entidades para dominarlas y entre ellas, a la universidad de Córdoba que se la tomaron a sangre y fuego.

Al profesor de agronomía siempre lo acompañó la pregunta: ¿por qué los paramilitares se interesaban por una universidad que estaba en manos de los políticos de la región?

Y una cosa lo llevó a la otra, hasta entender el pasado del lugar del que, con suerte, pudo salir pensionado.

Juan Manuel López, que en ese momento era miembro de la comisión económica, creo que se llama, del Senado, él logró cuadruplicar el presupuesto de la universidad. En ese momento pasó a ser atractiva para los políticos. De ahí vienen los primeros conflictos, ya empiezan a deslumbrarse, entonces una lucha externa de las fracciones políticas del Departamento por apoderarse de la universidad y manejar sus presupuestos que en ese momento estaba como que igual o mayor a la del Departamento. Ya te puedes imaginar. En esa época estuvo al frente el rector Ángel Villadiego Hernández y se lograron entonces ampliar, crear nuevas facultades, y en la universidad se vio un desarrollo tremendo. Ahí es cuando comienzan entonces a aparecer grupos al margen de la ley. De una manera sistemática empezaron a asesinar profesores, y a producir desplazamientos, a incluir dentro de los estudiantes, profesores, sus digamos sus informantes que eran claves para ir interviniendo los sindicatos. Hasta que llega el año 2000, que es el otro período, cuando ya cae en manos directamente la administración, del paramilitarismo. Esas son las tres etapas que yo considero ha vivido la Universidad.

Las etapas que describe el profesor Serafín son tres:

La primera comienza en 1964, con la fundación de la Universidad. Fue una época de relativa calma y de fortalecimiento de una incipiente academia.

Según reza en el documento “Memoria histórica sobre la injerencia de las AUC en la Universidad de Córdoba: “Era la época en que se nombraba al rector desde Bogotá y la Universidad no contaba con el reparto burocrático de los caciques políticos regionales”.

Este documento fue elaborado por los cuatro sindicatos que demandaron un Plan Integral de Reparación Colectiva al Estado colombiano, luego de la Toma a la Universidad. Son ellos:

Aspeunicor y Ajucor (que agrupaba a los pensionados). De Ajucor hace parte el profesor Serafín.

El sindicato de los trabajadores, Sintraunicol

3. Y el de los profesores universitarios, Aspu.

En 1992 se comienzan a registrar los primeros hechos violentos, como el crimen del profesor Julio Cuervo, se atenta contra la vida del docente Geminiano Pérez Seña, quien tuvo que abandonar Montería. En 1986 la guerrilla del EPL secuestró con fines económicos al exrector Rodrigo Negrete Soto y en 1990 también secuestró al rector Gustavo Rodríguez Argel, como lo narra el profesor Serafín en sus memorias.

A pesar de esas violencias enrevesadas, en Córdoba, un departamento cercado por fuerzas irregulares diversas, intenta florecer la autonomía del pensamiento; una autonomía que comienza a toparse con los intereses de los políticos que para esa fecha gestionan el crecimiento presupuestal de la Universidad incrementando la cobertura de la matrícula a 4 mil estudiantes.

Ya entre 1995 y 2000 la seguidilla de crímenes fue brutal: el asesinato del profesor Francisco Aguilar Madera en 1995; de Alberto Alzate Patiño en 1996; el atentado contra el sindicalista René Cabrales, en el cual resulta muerta su nieta de dos años; en 1997 el desplazamiento de la dirigencia estudiantil y del reconocido profesor Luis Carlos Racini, coautor del “Estudio expedicionario de reconocimiento por el río Sinú”.

En sus exploraciones, Racini conoció a Kimy Pernía, el valiente líder Embera Katío que se opuso a la construcción de la hidroeléctrica Urrá en el Alto Sinú. A Kimy lo desaparecieron las autodefensas el 2 de junio de 2001 y el crimen se lo adjudicó Salvatore Mancuso 19 años después, asegurando que fue un crimen de Estado, que simplemente “él cumplió órdenes”.

El crimen del líder indígena Kimy Pernía Domicó fue un crimen de Estado. Yo como miembro de facto recibí una orden del Estado, de las Fuerzas Militares, recibí una orden del comandante Carlos Castaño en este sentido de asesinar. Nuestras órdenes eran dar de baja, significa asesinar, al líder Kimy Pernía Domicó.

También del profesor Luis Carlos Racini, Serafín hizo memoria:

ESTADO DE VIGILIA

En memoria a Luis Carlos Racini Rueda

Jamás tu vida fue ajena a las desgracias de tu pueblo Aquí, allá y en muchas partes en los hábitats que amaste descubriste con asombro los colores del agua, del suelo, de las aves del campesino descalzo y del pobre diablo que se atrevía a luchar por un pedazo de tierra

El silencio fue tu cómplice Lo que tenías que decir lo atrapabas con tu cámara pero el destino quiso que descansaras de ese estado de vigilia de tenerle miedo al miedo y navegas por tierras siderales donde por fin, ya eres libre

Volviendo a las etapas de la memoria histórica de la violencia en la Universidad, el segundo momento del que habla el profesor Serafín, supone un quiebre definitivo en todas las estructuras humanísticas y administrativas de la institución. Ocurre a partir del 2000 con la elección del nuevo rector. Mientras el poder político de los liberales discutía entre ratificar al rector en funciones, Eduardo González Rada, y proponer nuevos candidatos, mareas de la derecha que solo eran advertidas por los movimientos estudiantiles y algunos educadores, llegaban a las costas de la de Córdoba. Y para confirmarlo, asesinaron al profesor Hugo Iguarán Cote, posteriormente Víctor Hugo Hernández, se alzó con la rectoría el 2 de agosto del 2000, y le terminó abriendo las puertas al paramilitarismo.

El claustro del pensamiento había sido tomado a sangre y fuego.

Entonces, como vino una operación exterminio de estas derechas organizadas con grupos paramilitares, indudablemente la Universidad de Córdoba fue punta de lanza, epicentro, un foco de ese accionar. De la ultraderecha armada, del paramilitarismo armado. Y claro, allí se tenía que hacer, al decir del paramilitarismo de ultraderecha “una limpieza” de todo lo que oliera a izquierda, de todo lo que tuviera nexo con organizaciones armadas ilegales no, llámese Farc; llámese EPL; llámese ELN, en fin y también simpatizantes de esas organizaciones.

Allí cayeron profesores que después, con los años, uno se dio cuenta de que habían sido o militantes de la izquierda como profesores que no tenían ninguna militancia, pero sí tenían simpatías, cierto. Se trataba de hacer un aniquilamiento de las bases políticas, de las bases intelectuales, sí, de esas organizaciones y eso se cumplió, y se cumplió tal como ya lo conocemos, con muchas injusticias y arbitrariedades. Porque fue una ofensiva pues a sangre y fuego, una toma de la universidad a sangre y fuego, muy despiadada, pero fueron asesinados porque eran amigos de los amigos de la izquierda. Eran simpatizantes de los amigos de la izquierda cierto.

Esa fue una cruzada que se enmarca dentro de la campaña “baile rojo” que fue un exterminio de todos los sectores de izquierda y sectores democráticos que de una u otra forma pues estaban metidos en claustros universitarios, estaban metidos en universo académico, estudiantil, escolar, no del departamento.

De allí que aquí es muy conocido que un exalcalde ya fallecido dijera y advirtiera que no se iría a la tumba tranquilo si no dinamitaba y bombardeaba, por ejemplo, a Ademacor. Y esa amenaza se cumplió, lo que sucede es que el acto terrorista fue descubierto y no lograron dinamitar esa sede. Pero eso hace parte de esa ofensiva tan dura pues que afectó al gremio educador, no, al gremio educador.

Cuando Édgar menciona a Ademacor, se refiere a la Asociación de Maestros de Córdoba.

El tercer momento comienza justo cuando el rector Víctor Hugo Hernández renuncia al cargo el 6 de marzo del 2002 tras las presiones de Salvatore Mancuso. A él lo entrevisté personalmente, para Verdad Abierta, mientras permanecía escondido en un país centroamericano, huyendo de la justicia, ya que fue vinculado a la investigación por el asesinato de Hugo Iguarán Cote y condenado a 35 años de cárcel. Entonces huyó y en la actualidad sigue siendo un reo ausente. Esto fue lo que me dijo:

Bueno, yo le envié un documento a la, a la jueza que tuvo mi proceso. Ahí le explico, le explico las razones por las cuales no estaba y aun sigo bajo refugio. Porque en las declaraciones reza, eso está claro en las declaraciones que querían atentar contra mi vida desde una cárcel, en primer lugar. Y, en segundo lugar, yo no tengo por qué estar vinculado a un proceso del cual no hago parte. Me vinculan en una guerra de la cual yo no decidí participar, nunca participé en eso. Mucho menos de los hechos que ocurrieron ese mes de septiembre frente a mi madre, frente a mis hijos, frente a mi esposa, mi núcleo familiar, mis amigos. Entonces, no tengo por qué pagar una condena que no es mía. Una condena que busquen a los verdaderos responsables, que se haga justicia con los responsables de la muerte del profesor Hugo Iguarán Cote.

Pero cuando Víctor Hugo Hernández renuncia a la Universidad, asume uno nuevo, el zootecnista Claudio Sánchez Parra, quien no llenaba los requisitos, pero en medio de la atmósfera turbia e intimidante del paramilitarismo, llegó a dirigir los destinos del alma máter el 4 de junio del 2002 y se encargó de poner a andar una serie de reformas que atropellaron todas las luchas sindicales y estudiantiles.

Claro que los profesores, trabajadores y estudiantes pararon la Universidad, pero la rudeza de las autodefensas y la captura que había hecho Salvatore Mancuso del Consejo Superior de la Universidad y de los principales cargos directivos y administrativos, sin que alguno de quienes los ocupaban opusiera resistencia, simplemente dibujó el camino de la entrega. La lucha había llegado a su fin y varios de los que habían resistido tuvieron que salir de Colombia rumbo al exilio en Canadá, Suiza, Venezuela y México, entre otros países, todo ello desde el año 2003.

El profesor Serafín Velásquez se convirtió en el escribidor de lo innombrable.

Juntó piezas, esperó un tiempo y se llenó de fuerza para invocar derechos, una reparación colectiva para todos y exigir un esclarecimiento.

No, ahí fue donde entonces intervine yo porque a mí, me pareció injusto, porque sí fueron obligados, fueron llevados a la fuerza como es que van a decir que ellos habían propiciado un paro en la Universidad. Y nadie se atrevía a denunciar.

Entonces, yo como secretario lo firmo, del día tal, ocurrieron estos hechos, señor procurador, no me acuerdo ya pero más o menos esos términos. Y cuando (...) Aspu y sintraunicol se enteraron de eso, yo les mandé copia, se sintieron respaldados, entonces formamos un movimiento tripartito, triestamentario, y se decidió enviar entonces una comisión a Bogotá, a hablar directamente con el Procurador, pero llegaron primero a donde Pacho Santos que era vicepresidente, y él los recibió. Bueno, él ahí tomó unas medidas cautelares, (...) unos escoltas, grupos de protección, a cada uno de los de la organización. A mí me pusieron uno. Y de ahí en adelante es cuando yo empiezo entonces a escribir, a escribir, a estar denunciando, y a estar respaldando, después paso a ser en el 2004 presidente de Ajucor, ya entonces me toca como presidente hacer las denuncias en la Fiscalía de lo que pasó en Ralito, por eso, es que yo empecé a conocer a fondo la situación, esa parte ya de la intervención del paramilitarismo, por la denuncia que cada quien me iba dando y yo iba redactando y enviando.

El profesor Serafín se convirtió en el guardián de la memoria de los hechos violentos de la Universidad de Córdoba. Los escribió en forma de cuentos, de versos, se integró al colectivo que reclamó justicia y 15 años después de la toma le ayudó a los jóvenes que querían recuperar las memorias, a organizar un festival de la palabra.

Ahí fue donde comencé con poesía (risas) asoma el miedo en la ventana y la calle se viste de misterio (risas) empecé a hacer ese tipo de poesía...

El profesor Serafín, el guardián, supo entender y enseñarnos que todo pasado requiere su tiempo para hacerse memoria y tatuarse en el presente.

Matar el pensamiento, historias de silencios es una memoria sonora resultado de la investigación realizada Por Ginna Morelo con el apoyo de Constanza Bruno y Alex Galván, Guardián de la Memoria, canción original, autoría de Adriana Lucía. producción de la serie José Díaz, la música utilizada es libre de derechos, esta memoria sonora la puede encontrar en el sitio web Entre Ríos proyecto que cuenta con el apoyo de la Konrad denauer-Stiftung de Colombia, Reporteros sin Fronteras, de Alemania y la Pontificia Universidad Javeriana.