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El hijo

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Matar el pensamiento, historias de silencios.

Capítulo 6

El profesor Hugo Iguarán quiso ser rector de la Universidad de Córdoba y lo mataron.

Camilo Iguarán quiere que la historia limpie el nombre de su padre, él no era guerrillero, dice.

El hijo

La memoria en silencio es un animal dormido que clava el colmillo y no te suelta. Es una brisa tenue que arrulla los recuerdos y un viento fuerte que los desbarata. Es espacio inabarcable, incomprensible. Con el tiempo, hace y deshace. La memoria de la reportera es un vestido que no se quita, una canción que no olvida. Es amor y es dolor. Es el nombre de los muertos ajenos que lloro en mis sueños.

Hace veinte años hurgaba con cuidado entre los silencios. Esos que se quedaron como atmósferas flotando en mi tierra de sangre. Tenía miedo. Todavía lo siento en el cuerpo.

Hugo Iguarán Cote me dijo en enero del año 2000 que había por qué temer. En septiembre de ese año lo mataron, iba a ser el vicerrector de la Universidad de Córdoba.

Bueno, muy buenos días a todos. Eh, mi nombre es Camilo Iguarán, soy ingeniero agrónomo egresado de la Universidad de Córdoba, tengo una maestría en ciencias ambientales. Actualmente trabajo en la universidad. Estoy aquí porque soy hijo del doctor Hugo Iguarán quien fue asesinado el 10 de septiembre del año 2000 por un grupo al margen de la ley.

Estoy aquí hoy por Ginna. Ginna es amiga mía de niña, vecina de toda la vida…

Veinte años atrás el profesor Hugo me pidió que escribiera de todos y de todo. Yo no tenía idea de lo que me estaba hablando.

Tengo que cerrar una brecha que tengo o una deuda que tengo moralmente con mi papá, sobre todo por la imagen que está dejando, no dentro de la universidad porque dentro de la universidad y sus familiares saben quién era mi papá, como persona. Una persona temperamental pero correcta. Pero la imagen que está dejando a nivel externo el señor Mancuso, Mancuso que tiene mucha credibilidad en el departamento de Córdoba, es que mi papá era un guerrillero. Mi papá no era guerrillero, mi papá era un académico, le tocó duro salir adelante, trabajador Sí, es difícil, o sea veinte años después, y le da a uno duro tocar ese tema.

El profesor Hugo era un guajiro de formas fuertes. Su tono de voz era seco, severo. Su presencia infundía cierto temor mezclado con respeto. Por lo menos eso percibía yo, de niña, cuando él llegaba periódicamente a visitar a tres de sus hijos que vivían al lado de mi casa. Su camioneta gigante la parqueaba en la calle sin asfaltar del barrio Los Laureles de Montería. Se bajaba sin saludar e ingresaba a la “fortaleza”, como llamábamos a su casa los vecinos que jugábamos en ella al escondío, cuando el profesor Iguarán no estaba, por supuesto.

Lo seguí viendo en la Universidad, muchos años después, cuando tuve la intención de estudiar Ciencias Sociales tras regresar de Barranquilla donde me formé como periodista. Vestía camisas austeras de colores pálidos. Sus estudiantes decían que era un teso. Lo creo.

Denunció la corrupción en la Universidad de Córdoba, la única universidad pública de la región. La investidura de sindicalista, miembro de la Asociación de Profesores Universitarios, Aspu, le sirvió para levantar la voz y exigirle transparencia al grupo político que manejaba los hilos del poder en la institución: Mayorías Liberales, dirigido por el senador Juan Manuel López Cabrales.

Se paseaba por los medios de comunicación de la ciudad con unos archivos que daban cuenta de la forma inquietante como se manejaba el presupuesto de la segunda institución pública con más recursos públicos en todo Córdoba. La Universidad era, y sigue siendo, un lugar apetecido, un fortín político.

Mi papá con el tema de la Universidad era un tema aparte porque él prácticamente le debía todo a la Universidad y cuando él sentía que alguien estaba haciendo las cosas mal en la Universidad, él no se quedaba callado y se lo decía. Él siempre fue sindicalista y de esos sindicalistas que habla. Hay algunos que no hablan, algunos se hacen los locos. Mi papá era de los que hablaba, y acusaba y colocaba denuncias en la Fiscalía y eso empezó a generar, a generarle enemigos, a generarle enemigos que en últimas termino, condujo con su muerte.

—¿Tiene miedo? —le pregunté al profesor Hugo cuando fue a llevar un comunicado al periódico para el que yo trabajaba en aquel entonces. Me pasó la mano por la cabeza como lo hizo un par de veces cuando era una niña y me encontraba jugando en la fortaleza.

Recuerdo la mueca de inquietud que dibujó su sonrisa nerviosa.

—Hay que guerrearla, periodista —me dijo.

—¿Pero vale la pena? —le insistí. No quería dejarlo ir. Pocas personas en Córdoba se atrevían a disentir públicamente del modelo de gobierno, de la corrupción y menos del paramilitarismo. Él estaba entre esos pocos.

—Por lo mismo por lo que te hiciste periodista, yo me hice profesor y ahora quiero ser rector. Todos los convencidos buscamos lo mismo. ¿No crees? Buscamos la verdad.

Escribí en mi libreta lo que acababa de decirme. Todavía conservo ese cuaderno. Era una chica aprendiendo a hacer periodismo sin mentor, en un país conflictivo y, peor aún, en un territorio enrevesado por el narcotráfico, los paramilitares, la guerrilla, la élite política y económica y los ciudadanos silenciados muertos de miedo.

Hugo Iguarán se despidió de mí. El papel que había dejado era una dura declaración contra la clase dirigente de Córdoba. Esa que se anidó en las estructuras de poder y que se resistía a aceptar los cambios.

Volví a verlo concediendo una entrevista, impetuoso, tras un atentado que le hicieron el 11 de mayo del año 2000, del cual salió gravemente herido. Le dieron doce tiros. Desde su convalecencia siguió haciendo campaña para ser rector.

–Algún día vas a escribir de esto, chiquitica —me dijo.

Todo sucedía demasiado rápido en medio del baño de sangre que habían desatado los paramilitares entre 1995 y 2000. En dos décadas fueron asesinados 9 profesores y 17 estudiantes de la Universidad de Córdoba.

A Hugo Iguarán solo pudieron pararlo cuando lo asesinaron.

En sociedades en conflicto, el silencio ha sido empleado de diferentes maneras, una de ellas como estrategia de supervivencia. Y así se ha instalado en lo cotidiano hasta convertirse en una forma de socialización aprendida como consecuencia de la guerra y de sus efectos. El silencio para salvarse, para no dar cuenta del dolor y conservarlo en la intimidad.

La esperanza de Camilo Iguarán es limpiar el nombre de su padre.

Mi papá nació en el año 44, 1944 en Manaure, Guajira, eh una familia pobre. En La Guajira tradicionalmente los señores se caracterizan por tener muchos hijos y no responden prácticamente por ninguno, mi abuelo tuvo 60 hijos con distintas mujeres, incluso tuvo mujeres con hermanas, con primas, ese es un señor chiquitico que andaba con una guitarra, era músico y con el cuento de la guitarra las enamoraba y las preñaba y tuvo 60 hijos, el señor Domingo Cotes, Domingo Cotes. Entonces, los apellidos originales de mi papá son Cotes Iguarán, pero como mi abuelo nunca lo ayudó, él se los volteó a Iguarán Cotes.

Mi papá hizo el bachillerato en Riohacha, de ahí mostró cualidades como buen estudiante y se vino a estudiar a la Universidad de Córdoba donde se graduó como ingeniero agrónomo. En su época de estudiante fue el primer representante de los estudiantes escogido de forma democrática ante el Consejo Superior, fue docente de la universidad, pasó por varios cargos administrativos, fue decano de la facultad de ciencias agrícolas, fue el primer decano escogido democráticamente, eh hizo una especialización en genética vegetal en Argentina, hizo una maestría en diseño de experimentos, en la, eso era con la Nacional en Bogotá, tuve la fortuna de tenerlo como profesor, excelente docente. Eh como papá, excelente papá, muy buen consejero, un poquito seco con los hombres, con nosotros era un poquito machista, entonces nos trataba siempre… me abrazó la vez del grado, solamente me abrazó. Con las mujeres sí era mucho más tierno, era mucho más cariñoso con mis hermanas. Eh ¿Qué más les puedo decir de mi papá?

A Camilo no se le quiebra la voz. No se le anidan los ojos de lágrimas. Ni siquiera cuando relata la seguidilla de atentados y el día de la muerte de su papá.

No sabíamos qué tan grande era el enemigo. Nosotros pensábamos que era un debate político y hasta ahí.

Eh, narro una anécdota. Mi papá estaba de vicerrector de investigaciones y a él la Universidad le asignaba un carro, un Mitsubishi verde, me acuerdo yo. Y a ese carro le desconectaron los frenos. Yo creo que ese fue el primer atentado que él tuvo. Se quedó el carro sin frenos y fueron a ver y le habían cortado las mangueras del líquido de frenos, entonces, por ahí comenzó la cosa… Ya él empezó como a tener miedo. Dijo, no joda esta vaina será que es en serio, será que estos manes me quieren matar o me quieren asustar.

Fue como la primera vez que yo decía: papá, toca cuidarse, toca cuidarse. Uno no sabe qué está atrás de esta vaina. Nosotros pensábamos que era algo política, Ginna, al principio. Ya después cuando ya le hacen el primer atentado que fue en mayo, ya nos dimos cuenta que era un tema de paramilitar.

¿Tu acompañaste a tú papá en la parte de la campaña?

Sí, sí, claro. Yo estuve al lado de él. Cuando comenzamos, cuando le hacen el atentado, a él le tocó irse un mes. Mes y pico. Incluso me consultó que si seguíamos o no. Él estaba en Barranquilla escondido. Yo le dije, papá, yo creo que mejor nos retiramos de esta vaina.

Pero no lo hizo, siguió adelante. El profesor Hugo quería ser rector. ¿Por qué tu papá quería ser rector?

Son metas que uno se pone en la vida Ginna él fue excelente estudiante. Un promedio, el promedio de mi papá

duró varios años ahí sin que nadie se lo tumbara, el promedio de pregrado. Después fue buen docente, fue el mejor en su maestría, hizo su carrera como profesor, ocupó todos los cargos administrativos, vicerrector académico, vicerrector administrativo, vicerrector de investigaciones, rector encargado, fue consejero superior. Él sentía que era su momento de aspirar a la rectoría.

El profesor Hugo Iguarán fue derrotado en la elección y finalmente aceptó la invitación que le hiciera el ganador, Víctor Hugo Hernández, para que fuese su vicerrector académico para ese entonces, el profesor Hugo no salía de su casa. Las amenazas eran permanentes. La muerte le respiraba en la nuca y sus hijos le rogaron que se cuidara.

Las personas que iban a asesorar a Victor Hugo en la rectoría se iban para la casa de mi papá. Porque mi papá decía que él no iba a salir de la casa. Y trabajaban todas las noches organizando hacia dónde iba el PEI de la Universidad, vamos a meternos por aquí y le hacían caso, le hacían caso, le hacían caso.

El único día que mi papá salió de la casa fue a la casa de Víctor Hugo y ese día lo mataron. Es lo que uno ve, mi papá no sé qué le pasó. Yo hacía a mi papá en la casa. Yo hacía a mi papá en la casa. Tú sabes que a él lo mataron aquí cerca del barrio, en el barrio que está al lado, en Villa del Río... Yo estaba en pantaloneta, con una camisa y en chanclas y llegué corriendo y precisamente ahí estaba mi papá en el suelo tirado. Había un poco de gente, al único que mataron fue a mi papá.

Víctor Hugo Hernández ha dicho que él quedó con Hugo Iguarán de hacer una reunión en su casa para comenzar a organizar el trabajo en la Universidad. Esa historia no fue aceptada por la justicia y fue condenado como coautor material de homicidio agravado, mediante sentencia de agosto del 2010. También fue condenado Víctor Rojas Valencia.

A partir del 10 de septiembre del 2000 los hijos de Iguarán se silenciaron. Sus memorias quedaron confinadas en un espacio subterráneo, ahogadas por el dolor.

El 20 de noviembre de 2008 el menor de ellos rompió ese silencio en la sala de la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía de Montería. Recuerdo el cuarto blanco. Las respiraciones pesadas. Padres, madres, hijos de profesores y estudiantes desaparecidos o secuestrados o asesinados se dieron cita para escuchar la confesión del jefe paramilitar que reconocería los crímenes.

El muchacho le preguntó al comandante paramilitar, vía videoconferencia, si él había ordenado la muerte de su padre y por qué lo había hecho. La respuesta fue un sí, acompañado del señalamiento “era guerrillero”.

Vi a ese chico vestido de una valentía solitaria. Desde entonces el recuerdo de su mirada furiosa clavada en la pantalla en la que se proyectaba la imagen de Salvatore Mancuso, es una herida abierta en mi alma. Ya no puedo imaginar a Sebastián Maceo con su sonrisa, sus pantalones cortos y sus brazos arriba, como diciendo: cárgame papá.

Sebastián podía tener en esa época unos 18 años. Tú sabes que uno a esa edad es muy loco, ajá. Cuando matan a mi papá Sebastián tenía eran 10 años. Imagínate. Esa vaina fue muy dura para él. Ese año lo perdió. A ese man le generó un daño sicológico esa vaina que él apenas lo está superando ahora a los 30 años.

Y aunque no lo dice, Camilo también creó su propia coraza protectora. Tiene el gesto adusto del profesor Hugo, pero no su osadía ¿Cómo recibiste el fallo judicial por el crimen de tu padre?

Yo prácticamente me aparté de todo por miedo. No me da pena decirlo. Yo tenía 20 y pico de años. Mi mamá dependía de mí. Yo no podía tirarme como un loco, y ni siquiera sabíamos quién era el enemigo. Nosotros no teníamos, no sabíamos. El sindicato de docentes le entrega el caso de mi papá al Colectivo Alvear, sí José Alvear y ellos empiezan a investigar, a investigar sobre el tema y gracias a ellos, porque la verdad es que nadie de acá presionó, gracias a ellos lograron definir que el asesinato a mi papá es de lesa humanidad, es de lesa humanidad. Condenaron al rector de la Universidad, a Víctor Hugo, lo condenaron a 35 años de cárcel. Ese señor está huyendo. Fue el primer caso que declararon de lesa humanidad de la muerte de un sindicalista. Esa muchacha estaba muy contenta. La abogada. Se llama Yesica Hoyos la abogada estaba muy contenta por ese caso. Incluso, me invitó a almorzar, pero también me tocó alejarme. Ajá Ginna yo vivo aquí en Córdoba, entonces, el colectivo Alvear es de lineamientos de izquierda, entonces cualquier movimiento que haga, si uno quiere vivir en Córdoba, queda uno expuesto, entonces más bien me aparté, me aparté de ellos.

Seguro el silencio es una pausa cargada de intención, como lo dice la filosofía Carmen Pardo.

A Camilo el silencio lo acompañó por 20 años. Lo invité al Encuentro de sobrevivientes de la Universidad de Córdoba el 30 de octubre del 2020, para cumplir tardíamente la promesa al profesor Hugo, y aceptó ir y comenzar a romper su silencio.

De entrada, quiero pedirles disculpas a Julio, al profe Serafín, al profesor Sergio porque prácticamente me he mantenido al margen del proceso de, si de reconciliación y de reconocimiento de víctimas y reparación. Pero me he mantenido al margen porque creo que el Estado no está en la capacidad ni siquiera de garantizar la no reparación, no, la no repetición de los hechos a los familiares de las víctimas. Por eso me he mantenido al margen, prácticamente el silencio es mi mecanismo de defensa.

Camilo y muchas otras víctimas de la violencia, generada por la Toma a la Universidad, permanecieron en el silencio que es el espacio en el que están protegidos y allí sobreviven.

Matar el pensamiento, historias de silencios es una memoria sonora resultado de la investigación realizada por Ginna Morelo con el apoyo de Constanza Bruno y Alex Galván, Guardián de la Memoria, canción original, autoría de Adriana Lucía. producción de la serie José Díaz, la música utilizada es libre de derechos, esta memoria sonora la puede encontrar en el sitio web Entre Ríos proyecto que cuenta con el apoyo de la Konrad Adenauer-Stiftung de Colombia, Reporteros sin Fronteras, de Alemania y la Pontificia Universidad Javeriana.